martes, 12 de julio de 2011

La casa de las flores (homenaje a Pablo Neruda)

Mi casa era llamada la casa de las flores 
porque por todas partes 
estallaban geranios;
era  una bella casa
con perros y chiquillos. 
Raúl, ¿Te acuerdas? 
¿Te acuerdas Rafael? 
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra, 
te acuerdas de mi casa con balcones en dónde  la luz de junio
ahogaba flores en tu boca?
Pablo Neruda

Cuando Pablo Neruda fue nombrado cónsul en Madrid en 1934, uno de sus mejores amigos, Rafael Alberti, se encargó de buscarle una casa donde vivir. El piso, que se iba a convertir en escenario de las tertulias de la generación del 27, estaba en un edificio que era un símbolo de la vanguardia arquitectónica de aquellos años.
La casa donde se instaló el poeta chileno es un edificio de ladrillos rojos con un amplio jardín interior en el bullicioso barrio de Argüelles,  delimitada su manzana por las calles de Hilarión Eslava, Rodríguez San Pedro, Gaztambide y Meléndez Valdés, fue diseñada en 1931 por Secundino Zuazo Ugalde. Es, sin duda, la construcción más interesante del moderno ensanche madrileño.
Dispone de 288 viviendas y se estructura en torno a tres patios, de los cuales el central es el de mayor tamaño. Todas las viviendas son exteriores, bien iluminadas y muy ventiladas, predominando así su carácter higienista, muy propio de la vanguardia de la época. Sus patios estaban ajardinados y disponían de unas pequeñas y coquetonas fuentes. La esquina que da a la calle Princesa, tiene unos balcones con jardineras, de donde se deriva el nombre del edificio.
La Casa de las Flores es más que un singular edificio, es todo un homenaje a la racionalidad, donde se concibe la ciudad con viviendas higiénicas y luminosas y donde se entiende la calle como un espacio colectivo de relaciones.
Fueron “las primeras viviendas modernas que se construyeron en la capital” afirma el arquitecto Miguel Ángel Mira, autor del Plan Director. “El edificio crea escuela, ninguna imitación posterior superó este modelo” continúa Mira al describir la casa diseñada por Secundino Zuazo, uno de los ejemplos más representativos de la modernidad racionalista de los años treinta.
Cuando Pablo Neruda llegó a Madrid, en la estación sólo le esperaba una persona, un hombre que levantaba unas flores en el andén. “Me esperaba él solo, en la estación de invierno. Pero ese hombre era España, y se llamaba Federico”, dice el poeta chileno en sus memorias "Confieso que he vivido" al recordar el recibimiento que le hizo García Lorca.
A partir de ese momento “comenzó la que probablemente sería la etapa más importante de su vida”, según opina el agregado cultural de la Embajada de Chile, José Cayuela. “En Madrid coincidió con la generación del 27, así que no pudo ser más rica su experiencia española”.
En los meses siguientes, la ciudad vivía el prólogo de una tragedia, pero el piso de Neruda continuaba siendo el centro de tertulias de los intelectuales relacionados con la Residencia de Estudiantes. En contacto con figuras como Rafael Alberti, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Miguel Hernández, el poeta chileno “adquirió conciencia política y vivió, no sólo como testigo sino como actor, el conflicto más dramático de España, la Guerra Civil”, recuerda Cayuela.
Cuando estalló el conflicto, la Casa de las Flores fue bombardeada porque a escasos metros empezaba el frente de batalla. Neruda había salido del país. Un año después de dejar su casa intacta, volvió a visitarla acompañado por Miguel Hernández. “Subimos y abrimos con cierta emoción la puerta del departamento –recuerda Neruda en sus memorias- La metralla había derribado ventanas y trozos de pared. Los libros se habían derrumbado de las estanterías…. Aquel desorden era una puerta final que se cerraba en mi vida”. Después de este episodio, nada volvió a ser lo mismo. Los que habían frecuentado la casa perdieron la vida o se vieron obligados a alejarse del país.
Sin embargo, tras ser bombardeada y reconstruida, cuando han pasado siete décadas desde que se levantó, la Casa de las Flores continúa formando parte del barrio de Argüelles y de la historia de la ciudad. El conjunto, recogido alrededor del jardín interior, sigue siendo un ejemplo de racionalismo arquitectónico. Y ahora se encuentra más protegida para preservar la esencia que le imprimió Zuazo y la imagen literaria en que la convirtió Neruda.


Pablo Neruda ya nunca más volvió a la casa de las flores. Vivió el resto de su vida viviendo en diferentes paises y casas.La Chascona en Santiago de Chile, la Sebastiana en Valparaiso, y la de Isla Negra donde reposa junto a su última mujer Matilde Urrutia.
En 1971 recibió el premio Nobel de Literatura, ese mismo año, el Presidente Allende lo nombra embajador en Francia. Puesto que ocupó hasta 1972, cuando vuelve a su casa de Isla negra enfermo de cáncer. El 23 de septiembre de1973 muere en Santiago de Chile a los 69 años.

sábado, 9 de julio de 2011

Los veranos de la villa

veranos de la villa 2011
Madrid celebra, un año más, una de las citas que mejor definen su idiosincrasia y su forma de entender y disfrutar de la cultura: los Veranos de la Villa. Echaron a andar en torno a 1985, siendo regidor municipal uno de nuestros Alcaldes más queridos, Enrique Tierno Galván. En aquella prodigiosa década, fue él quien dio luz verde a la primera edición de un festival que, ahora, forma ya parte indisoluble de la vida cultural y el patrimonio madrileños.
          Como siempre es todo un lujo para los que "veraneanos" en Madrid Música, danza, teatro, cine, ópera...
             En los jardines de Sabattini se ha construido una pista de hielo sobre la que se representa el lago de los cisnes, un montaje espectacular donde se combina la temperatura veraniega con una pista de hielo donde actúa la compañía británica The Imperial Ice Starsdurante dos horas, y esto es sólo un ejemplo.
             A continuación os dejo un link donde podeis ver todo el programa:
            Y otro donde conseguir la entradas por internet

Espero que lo disfruteis, un saludo y buen verano.

miércoles, 6 de julio de 2011

El Panteón de Hombres Ilustres


La creación de un panteón nacional en Madrid tuvo su origen en el artículo segundo de la ley de 6 de noviembre de 1837, por el que «se establecerá en la que fue iglesia de San Francisco el Grande, de esta corte, un Panteón Nacional, al que se trasladarán con la mayor pompa posible los restos de los españoles, a quienes, cincuenta años al menos después de su muerte, consideran las Cortes dignos de este honor».
En 1841 la Academia de la Historia propondría, al gobierno y a las Cortes, los españoles que debían ser enterrados en dicho panteón. Sin embargo, habrían de pasar todavía largos años antes de ver materializada esta idea, hasta que el gobierno de Ruiz Zorrilla estableciera por decreto de 31 de mayo de 1869 la creación de una comisión de expertos encargada de inaugurar dicho panteón.
Esta comisión, formada por Fernández de los Ríos, Salustiano Olózaga, Fermín Caballero, Hartzenbusch, Ruíz Aguilera, el gobernador de Madrid, Silvela, Figueras, Borrel y Antonio Gisbert, contaba con el plazo de un mes para investigar el paradero de los restos de hombres ilustres y proceder a su traslado, sin perjuicio para familiares, descendientes y corporaciones.
Se buscaron sin éxito los restos de Luis Vives en Brujas (Bélgica), los de Antonio Pérez (secretario de Felipe II) en París, los de Cervantes, Lope de Vega, Juan de Herrera, Velázquez, Jorge Juan y Claudio Coello en Madrid, los de Tirso de Molina en Soria, y los de Mariana y Moreto en Toledo. Después de la infructuosa búsqueda se llegó a la conclusión que estos restos se habían perdido definitivamente.
También se buscaron las cenizas de Pelayo, el Cid, Guzmán el Bueno, Murillo, Juan de Juanes, Arias Montano, Vallés, Melo, Jovellanos, Campomanes, Floridablanca, Goya, etc, y se comprobó que la gran mayoría de estos restos habían tenido mejor conservación en las edificaciones civiles que en las eclesiásticas, como los restos del Cid que se encontraban en una capilla del Ayuntamiento de Burgos o los de Lanuza en la Casa Lonja de Zaragoza.
Pocas alegrías trajeron estas investigaciones para algunas de las localidades donde se suponía que reposaban las cenizas de algunos de sus hijos predilectos, al comprobar que ya no estaban o habían desaparecido. Pese a todas estas dificultades, a las cinco de la tarde del día 20 de junio de 1869, 100 cañonazos daban comienzo a la inauguración del Panteón Nacional en la iglesia de San Francisco el Grande, y en la que iban a ser depositados los restos de Juan de Mena, del Gran Capitán, de Garcilaso de la Vega, de Ambrosio de Morales, de Alonso de Ercilla, de Lanuza, de Quevedo, de Calderón de la Barca, del Marqués de la Ensenada, de Ventura Rodríguez, de Juan de Villanueva y de Gravina. Los restos de estos personajes fueron trasladados en carrozas engalanadas para la ocasión y acompañados por bandas de música, unidades del ejército y la guardia civil, por estudiantes, religiosos, políticos e intelectuales, formando una comitiva de unos 5 kilómetros de largo.
Poco más se hizo y en este estado quedó el panteón hasta que la reina regente María Cristina de Austria, viuda de Alfonso XII, ordenó la construcción de un nuevo Panteón de Hombres Ilustres. Para su emplazamiento se eligió el solar que ocupaba el Cuartel de Inválidos y, de paso, se decidió construir en parte de estos terrenos la nueva Basílica de Nuestra Señora de Atocha, pues la antigua fue mandada derribar por peligro de hundimiento.
En 1888 se convocó un concurso de proyectos para la construcción del Panteón y de la Basílica, resultando ganador el arquitecto Fernando Arbós con un conjunto de edificaciones de trazas neorrenacentistas y bizantinas que imitaban la arquitectura italiana del siglo XV. Las obras comenzaron en 1891, destacando el claustro gótico, las cúpulas metálicas del panteón y la gran torre a modo de campanile de la Basílica.
La magnitud del proyecto y la falta de recursos económicos hicieron que se paralizaran las obras en 1901, cuando prácticamente estaba concluido el Panteón, pero faltando todavía gran parte de las obras de la nueva Basílica, que no serían terminadas hasta 1926.
En la actualidad en el Panteón de Hombres Ilustres reposan los restos del Marqués del Duero, Antonio Ríos Rosas, Martínez de la Rosa, Muñoz Torrero, Juan Álvarez de Mendizábal, José María Calatrava, Salustianao Olózaga, Agustín Argüelles, Antonio Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, José Canalejas y Eduardo Dato. Durante un tiempo también estuvieron los restos de Prim, Palafox y Castaños, pero finalmente fueron trasladados a sus localidades de origen. Especial atención merecen las sepulturas y monumentos funerarios, obras de los escultores Mariano Benlliure, Agustín Querol, Arturo Mélida, Pedro Estany y Federico Aparici.